El día que los gemelos se escaparon de sus cunas

El día más temido de todo papá, aparte del pañal explosivo en la cara, llegó a mi casa. Los gordos descubrieron cómo brincarse de cuna en cuna, y por ende, cómo salirse de sus cunas. No es que no tenían ni la fuerza, ni la estatura para hacerlo antes, solo que hubo un pequeño detalle esa mañana que hizo que sus dos neuronas responsables de semejante acto de vandalismo se encontraran y desataran el caos en casa y le digan ba-bay a los barrotes.

Esta historia comienza en una fría mañana de febrero, cuando nos dirigíamos a una fiesta de una amiguita de los gordos en un lugar bajo techo, con tienditas miniatura, un camión miniatura y la infame y responsable alberca de pelotas con resbaladilla incluida.

La infame y responsable alberca de pelotas

Apenas entramos y con medio zapato todavía puesto, los gordos ya estaban subiendo la escalera para echarse de la resbaladilla hacia la alberca de pelotas. Subían y bajaban como hamsters en su laberinto de plástico, cayendo en las 1000 pelotas y saliéndose para volverlo a hacer. Y de paso ir perfeccionando su movimiento de futura escapatoria sin estar conscientes de lo que estaban aprendiendo.

Aquí, en este borde, aprendieron y mejoraron dicha técnica.

En una de esas 588 veces que los gordos estaban poniendo su pierna en ese barandal para salirse de la alberca, le dije a mi esposa “el día que se salgan de sus cunas está cerca.” Si hubiera sabido que estaba taaaaaaan cerca los hubiera llevado por un helado, sentaditos y contenidos en su silla.

Llegamos a la casa para la rutina de siesta de todos los días, cambio de pañal, white noise, luces, y los dejamos en la cuna. Mientras abríamos y cerrábamos el refrigerador para ver si la comida se hacía sola, mi esposa y yo escuchábamos risas y carcajadas del monitor. En una de esas lo prendimos y madres!!! Le enseño la pantalla a mi esposa y los gordos se están brincando de cuna en cuna, y como buenos hermanos ayudándose en el proceso. Yo nada más prendía y apagaba el monitor, esperando que lo que había visto no estaba pasando, no estaba preparado, pero así como la comida nunca se hizo sola abriendo y cerrando el refri, así como ellos siguieron saltando de cuna en cuna impulsados por sus carcajadas.

Dos minutos después y volvemos a prender el monitor, el gordo descubrió la cuarta pared, así como Michael Scott en The Office habla a cámara, así el gordo se salió hacia la libertad. Mi esposa y yo, con una risa demasiado nerviosa corrimos al cuarto para encontrarlo ahí, paradito, riéndose y presumiendo su gran hazaña. Prendimos la luz de noche y “mira mami, mira” dice la pequeña mientras escala y baja en rapel la ruta que había hecho su hermano segundos atrás. Madres!!! Los dos afuera y nada listos para dormir sus siestas. Les explicamos que eso no se hace, que no es “safe”, y los volvimos a meter a sus cunas. Esta vez me tuve que quedar ahí dentro hasta que se durmieran para no ver la segunda parte de los Gemelos Houdini.

En la tarde nos vimos con unos amigos, y entre esa platica, 4 chats en whatsapp y una llamada con mi cuñada, las cunas se convirtieron en camitas de toddler esa misma noche. Curioso, también mi carrito de Amazon ya estaba lleno de cosas para hacer cada esquina de ese cuarto child proof. Ni les dimos chance de divertirse un poco más brincando la barda. Una y se acabo. Intercambiamos diversión infinita con posible caída doble al piso, por tranquilidad y cero diversión.

Esa primera noche les explicamos cómo estaba el asunto de la dormida y que ya tenían camas de grandes, y que se tenían que quedar ahí acostaditos. No lo hicieron. Así como nos salimos del cuarto, como lo hacemos todas las noches para dormirlos, así se salieron de sus camas y empezaron a echar su desmadre, a tocar la puerta por dentro, a gritar, correr y jugar. Mi esposa entró, los acostó de nuevo y se tuvo que quedar ahí hasta que se durmieran. Ese día todo fue muy rápido y no tuvimos tiempo de planear y pensar en todos los posibles escenarios en sus “nuevas” camas, como no tener barandal para que no se caigan a media noche y la pequeña amanezca en el piso (en unas colchas y cojines que habíamos puesto mi esposa y yo), o como que el gordo cuando se levantó en la mañana, en plena oscuridad y nada acostumbrado a no tener esos barandales en los cuales recostarse un momento como cada mañana, se fue de frente como borracho que le mueven la pared y azota como costal de papas en el piso. Ya para la segunda noche estuvimos más preparados. Hubo barandales, lucecita de noche y muchas oraciones para que duerman y despierten tranquilos.

Contando hoy, ya llevan cinco noches en sus camitas, y ¿cómo nos ha ido? Al contrario de la creencia y experiencia popular, sorprendentemente muy bien.  Fuera de la primera noche, la segunda, tercera, cuarta y quinta han sido una delicia, los acostamos y… silencio. Como si los barrotes de la cuna siguieran ahí. Acostaditos sin hacer pío, y se durmieron tranquilamente como siempre.

Espero esto dure unas mil noches más, antes de que pidan agua cuando no quieren agua o se aparezcan como zombies al lado de nuestra cama para demandar espacio de colchón.

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